divendres, 4 de gener del 2008

Anestesia con dolor en la tierra del opio

Por muy paradójico que parezca, en Afganistán la anestesia no quita el dolor. Los médicos afganos son unos auténticos profanos en esa ciencia y creen erróneamente que el paciente no padece si está dormido, cosa que no tiene ninguna relación con la otra. Asimismo evitan a toda costa el uso de la morfina -en un país que es el primer productor mundial de opio- porque existe la falsa creencia de que puede generar dependencia. En su lugar se utilizan otros analgésicos cien veces menos potentes de los que se hacen servir en cualquier quirófano de un país desarrollado.

La entazocina y el tramadol son los fármacos más habituales", explica Alberto Lafuente, anestesista de la Clínica Universitaria de Navarra, que ha formado a personal médico en el hospital de Qala-e-Now, en el oeste de Afganistán, con fondos de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI).
Lafuente admite que se ha quedado impresionado por la situación. "La potencia analgésica de la pentazocina es de cinco a diez veces inferior que la de la morfina, y la del tramadol, aún menor", declara. En España ningún paciente entraría en una sala de operaciones para una intervención mayor sin un analgésico que superara, y de mucho, un opioide como la morfina.
Los médicos afganos creen erróneamente que el paciente no padece si está dormido
"Aquí el umbral del dolor es mucho mayor que en Occidente", continúa Lafuente, que asegura que incluso a las mujeres se les hacen los legrados (extracción del tejido de la cavidad uterina) sin ningún tipo de anestesia. No se hace nada para evitarles el dolor, pero es que incluso tampoco se las duerme o se les pone un relajante muscular, los otros dos pilares de la anestesiología.
Los relajantes musculares que se utilizan en Afganistán son también muy limitados ya que no se intuba al paciente ni se le conecta a un respirador. El más común es la succinilcolina, cuyo efecto dura sólo cuatro o cinco minutos, con lo que el cirujano ha de demostrar una gran pericia y rapidez en cerrar y coser la herida mientras la musculatura no está tensa. Como hipnótico, se aplica la ketamina, cuyo uso se abandonó hace tiempo en España porque producía importantes alucinaciones y ahora sólo se utiliza en casos de medicina de desastre.
Anestesistas que no saben leer
El problema de fondo en Afganistán, sin embargo, no es la falta de medicación adecuada sino la escasa preparación de los supuestos profesionales sanitarios. Por ejemplo, el anestesista del hospital de Qala-e-Now, Agulia Khan, reconoce que él sólo hizo un cursillo de cinco meses y aprendió a base de práctica. "En plena guerra el hospital necesitaba personal", justifica. Así que se arremangó y se puso a hacer de anestesista sin tener ni idea.
Lafuente añade que Khan tampoco sabe leer ni escribir, con lo que "no puede leer los prospectos de los medicamentos, no sabe las dosis que debe aplicar, y utiliza fármacos sin ninguna lógica". "No es anestesista, sino técnico en anestesia. Conoce unos pasos rutinarios que debe seguir y ya está". Desgraciadamente no es un caso aislado en Afganistán.
"Aquí el umbral del dolor es mucho mayor que en Occidente", explica un anestesista español
La ciencia médica de la anestesiología se ocupa del alivio del dolor, pero también del cuidado del paciente quirúrgico antes, durante y después de la intervención, algo que en este país tampoco se tiene en cuenta. Al paciente no se le hace ningún estudio preanestésico, es decir, el facultativo no le interroga sobre enfermedades anteriores, tratamientos médicos y posibles alergias, ni tampoco le hace ninguna prueba. "Si el enfermo llega al hospital y está dispuesto a entrar en el quirófano, puede operarse en ese mismo momento", cuenta el anestesista de la Clínica Universitaria de Navarra.
Por no hacerle, ni tan siquiera se le pesa –"como no saben nada sobre dosis, aplican la misma a todo el mundo pese lo que pese", asegura Lafuente-, ni se le pide que guarde ayuno seis horas antes de la intervención. Algo primordial para evitar que restos de alimentos puedan volver a la boca durante la operación y entrar en las vías respiratorias.
Sin control posterior
Durante la intervención, tampoco se realiza ningún tipo de monitorización, más allá de tomar la tensión al paciente varias veces. "Ni se le pone oxígeno, ni se le controla la frecuencia cardiaca ni la respiración", relata el anestesista español, que incluso explica que AECI adquirió un pulsímetro para el control de los latidos del corazón y los cirujanos afganos sólo se lo ponían al paciente unos minutos porque decían que el 'pip pip' de la máquina les molestaba durante la operación.
Tras la intervención el cuidado del enfermo también es mínimo. Se le deja en una habitación convencional del hospital, bajo la supervisión única de la familia. Y si tiene dolor se le aplica un antiinflamatorio ínfimo: un Voltaren.
"En Occidente no se puede tener dolor por absolutamente nada y en Afganistán es todo lo contrario", declara Lafuente, que dice que allí la gente considera normal ir al hospital a sufrir. El anestesista navarro, sin embargo, considera que "en el siglo XXI no se puede aceptar que haya tanto dolor". Eso es así en Afganistán ahora. ¿Cómo sería durante la guerra?