dimarts, 18 de desembre del 2012

Vivir la discapacidad en uno de los peores países del mundo

En Afganistán no hay ningún tipo de movimiento asociativo Parece imposible calcular el número total de personas con discapacidad que habitan en los desiertos y montañas desoladas que forman Afganistán. Aunque sí se pueden adivinar sus duras condiciones de vida en uno de los países más pobres del mundo, donde la esperanza de vida es de 43 años y sólo el 36 por ciento de la población está alfabetizada. Grupo de ciudadanos afganos, entre ellos un joven con discapacidadEl subteniente Ángel Ortega, uno de los militares españoles desplegados en el país que mejor conoce a la población local, explica que los apoyos por parte de la administración a las personas con discapacidad son inexistentes. Tampoco existe ningún tipo de movimiento asociativo. Ante este vacío, la familia es el principal sostén. “Les cuidan y les dan cariño, son tratados con humanidad”, señala el subteniente mientras realiza una patrulla a pie por los alrededores de la base avanzada de combate que España tiene en el valle de Moqur, al norte de la provincia de Badghis. En estas patrullas es frecuente ver cómo los padres llevan a sus hijos con discapacidad a los puestos médicos móviles que las fuerzas españolas instalan de vez en cuando en las aldeas de la región. Ortega reconoce sin embargo que muchos de estos niños no van al colegio y que son los primeros en sufrir las duras condiciones de un país pobre y devastado por años de guerra. “Uno de los empresarios que trabaja en los proyectos españoles tiene un hijo sordo y le ha comprado un audífono para que pueda ir a la escuela”, relata. El acceso a la educación sigue siendo uno de los grandes retos de futuro de Afganistán. Se calcula que en la actualidad hay poco más de 10.000 escuelas en todo el país. España contribuye al avance de la escolarización con la formación profesores y la construcción de colegios, en los que una de las condiciones que se imponen es que también se de clases a niñas, que suelen recibir su instrucción por la tarde para no compartir aula con los niños. Durante su recorrido, el subteniente Ortega se encuentra en la aldea de Zargar con Said, un hombre de mediana edad con discapacidad física. Said, que sigue dependiendo de sus ancianos padres, explica que está bien pero le pide ayuda. El duro invierno ya está aquí y dice que solo tiene “una bufanda”. También solicita comida. “Ha llegado el invierno y no tengo nada para comer, no puedo trabajar”, explica rodeado por los niños y ancianos de la aldea, que han salido, entre curiosos y pedigüeños, a recibir a los militares españoles. Persona con discapacidad en AfganistánEn un país resquebrajado por las guerras, el régimen de los talibán, el tráfico de drogas y las rencillas tribales sorprende encontrar detalles como el que se puede ver en el mercadillo de Qala-i-Naw, la capital de la provincia de Badghis y donde se encuentra la principal base española en el país. Uno de los comerciantes instalados en el bazar del centro de la ciudad vende unas botellas de agua que contienen una inscripción en Braille, en el que se informa del producto en el idioma local, el darí. Las botellas en cuestión, de una conocida marca comercial, son importadas desde la vecina Irán por las precarias carreteras que vertebran el país. Uno de los objetivos de las tropas españolas desplegadas en Afganistán, además de mantener y garantizar la seguridad, es el de ayudar a la reconstrucción del país asiático. La Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) ha invertido entre 2006 y 2011 un total de 193.997.902 euros en el desarrollo de Afganistán, un país que sigue teniendo una alta dependencia del sector agrícola. En Qala-i-Naw vive Abdulkadir Nurda, de 28 años y acondroplásico. Abdulkadir, siempre sonriente, ha decidido dedicar su tiempo a ayudar a los demás. Trabaja en el departamento de Servicios Sociales de la provincia y visita de vez en cuando a los más de cien niños acogidos en el orfanato “Sargento Juan Antonio Abril”, construido con fondos españoles en memoria del militar que le da nombre, que falleció en Afganistán en mayo de 2007. “Estoy aquí para ayudar a los niños huérfanos, necesitan ayuda para cubrir la falta de padre y madre”, explica desde su metro veinte de altura mientras los pequeños revolotean a su alrededor. Abdulkadir disfruta de una posición relativamente acomodada para los estándares afganos gracias a su sueldo de funcionario. Un síntoma de este ‘estatus’ es que está casado con dos mujeres. “Sé que eso puede molestar en occidente”, añade. Si se le pregunta si es feliz, no lo duda un instante. “Lo soy, gracias a dios estoy bien”, dice. Su mirada solo se turba ante un temor: cuando piensa en qué pasará una vez se hayan marchado las tropas españolas de la provincia. Tiene miedo de que los talibanes traten de volver al poder.