dijous, 24 de novembre del 2011

“Leer y escribir son actividades derivadas de la neurosis”

Su propuesta no ha dejado indiferente a nadie en su país natal. Juan Terranova (Buenos Aires, 1975) desembarca en España con su último trabajo, ‘El vampiro argentino’ (Lengua de Trapo) para trazar una novela negra no al uso, sino enfundada de ucronía: ¿cómo sería nuestro mundo si la II Guerra Mundial la hubiera ganado los alemanes? Siniestra conjetura que se solventa con intriga, un punto de humor oscuro y un ramillete de reflexiones que el autor siembra por entre el camino de las líneas de tinta. ¿Cuánto de perverso tiene la hipótesis fantástica como la que usted propone en ‘El vampiro argentino’? No sé si hablaría de perversión. Si empujar el límite, si retorcer las ideas es “perverso”, quizás sea posible que haya algo de eso. Pero yo siempre ligué lo “perverso” al uso del cuerpo, por eso me resulta difícil entender un libro como “perverso”. No hay nada menos perverso que un libro, aunque sea del Marqués de Sade. Incluso siendo del Marqués de Sade lo que nos señala es que nuestro cuerpo está leyendo y no metiéndose objetos punzantes en el culo. Para la relación perversión/escritura mejor dirigirse a las redes sociales. Acabamos con los nazis pero vinieron otro tipo de vampiros, más sinuosos, apenas visibles, los mercados, que –tal y como se demuestra ahora- el panorama que construyen no deja mucho margen al bien común. ¿Es más terrorífica la realidad que la ficción? No, por más horrible que sea la derecha liberal, que en España es claramente el PP, y quizás también cierta parte del PSOE, por más que corte y cercene los cuerpos con las presiones del mercado, por más que se juegue sus activos en la ruleta de la codicia transnacional, nunca va a ser peor que la derecha totalitaria. Claro que el estado totalitario es la fantasía más visible de la derecha liberal que hoy gobierna los centros del mundo. Por eso el Nacional Socialismo está tan presente en las producciones culturales actuales, desde el cine, los libros y así. Para el liberal de derecha que vota hoy en el primer mundo, paranoico, poco o medianamente instruido, aburrido, violento en potencia, la solución autoritaria hace que se excite casi sexualmente. Si viniera la policía y le pegara con un palo a estos negros que venden cosas en la calle, ¿no estaríamos más seguros? ¿No tendríamos más dinero para gastar en vacaciones? Eso es lo que piensan. Por otra parte, el liberalismo de derecha sabe que dura más sin dejarse tentar. El capital sabe por experiencia, tiene todo el siglo XX para comprobarlo, que puede soñar pero si concreta tanto la parte socialista como la parte nacional le van a cortar las alas, y después lentamente se van a comer todo como un cáncer. Entonces llega hasta el borde, tantea, mete un palo, sueña, pero luego retrocede, y negocia con la social democracia, digamos, vuelve al parlamento. Me resulta muy atractivo escribir sobre esta fascinación que ejerce la derecha totalitaria en la derecha liberal. Por otra parte, ¿quién le dijo a usted que “acabamos con los nazis”? (En la Argentina “acabar” significa “correrse”, quizás en ese sentido sí hayamos acabado con los nazis.) Las siniestras investigaciones que se relatan en la novela, ¿pueden entenderse como un toque de atención a las investigaciones que se realizan hoy en día (células madre, etc.)? Bueno, mire, yo no soy moralista en ese sentido. No soy la clase media de Greenpeace, no voy a respaldar el fascismo de la ecología por fuera de los partidos políticos, como una actividad para practicar entre el skate y una cerveza. Pero cada avance científico implica un peligro social. Y eso ya lo sabemos todos. Si mañana una jirafa mutante transmite el sida con la mirada desde una jaula de vidrio en alguna parte del mundo, al menos tengamos la dignidad no hacernos los tontos. ¿Por qué la figura del vampiro, en cualquiera de sus naturalezas, nos fascina tanto? Porque somos mamíferos y las cosas que muerden nos resultan ambiguamente atractivas. ¿Es culpable alguien que pone en práctica valores que le han inculcado desde pequeño? Acá los culpables son los protestantes del norte que manejan Wall Street y la codicia de sus lacayos regionales. Usted que conoce en primera persona el acoso por ejercer su libertad de expresión, ¿cree que los medios de comunicación ejercen ese papel de garantes de la democracia? Si fueran los medios los garantes de la democracia, las fuerzas del gran capital ya nos habrían hecho matar a machetazos a usted y a mí, y posiblemente también al lector de estas líneas. Los medios son empresas que se lucran con la información. Los grandes, los medianos y quizás menos pero los pequeños también. Hasta hace muy poco de forma notable. Hoy la web se les impone y los vuelve obsoletos, les recorta sus beneficios. Veremos qué pasa más adelante, pero nunca vamos a poder sobreestimar el valor de la web en este sentido. ¿Uno siempre escribe desde la fractura, quiero decir, para resolver dudas, para proponer soluciones? No, no creo. O en todo caso sería para proponerme soluciones a mí, no para proponerle soluciones a los demás, y son soluciones a medias, que no llegan. Leer y escribir no son actividades netamente positivas, son derivados, encarnaciones de la neurosis, falencias, fallas, adicciones, cuyo funcionamiento parece viral. Escribir una novela hoy no tiene sentido desde ningún punto de vista. Sin embargo, lo seguimos haciendo y no creo que solo sea la fuerza de la tradición. Creo que hay algo, un calor, en la novela que es muy humano, algo que se resiste a morir, algo muy ligado a la modernidad, a nuestro amor por las máquinas y por las abstracciones. Quizás la novela sea un intento de significación general, no espeíifica, de la vida y por eso es sinécdoque de la literatura y metáfora de la lector-escritura. Por último, entre la palabra periodística y la lírica, ¿qué media? ¿No se confunden? ¿No se engendran la una a la otra? La “Palabra Periodística” y la “Lírica” son dos mujeres grandes y gordas que hacen tiempo en una sala de espera para atenderse con El Gran Dentista Ontológico. De repente se escucha el sonido sordo de un pedo. ¿Quién fue? Antes de empezar con las acusaciones y los reproches, hay un momento de tensión, de pudor general, de democracia de la culpa.